21 ago 2011

CARAVANA EVANGELIZADORA RCCJ 2011


LA CARAVANA EVANGELIZADORA FUERON 7 DÍAS CONTINUOS DE EVANGELIZACIÓN POR TODA NUESTRA CIUDAD DE LA CEIBA,  LLENOS DE GOZO Y CELEBRANDO QUE CRISTO JESUS ES EL DUEÑO Y CONQUISTADOR DE LA CEIBA Y HONDURAS.


Alabanzas, predicación, oración no pudieron faltar en este proyecto hermoso, 7 dias le dimos vuelta a la ciudad al igual que los israelitas a los muros de Jerico, y en el septimo dia dar el GRITO DE VICTORIA de que CRISTO vencio y que VIVE entre nosotros!!!
Contamos con un predicador diferente cada dia, incluyendo a nuestra coordinadora RCCJ diocesana Maydy Redondo



20 ago 2011

CIMIENTOS IMPORTANTES DE UN GRUPO DE ORACION


Objetivos
 Reflexionar sobre el funcionamiento del grupo de oración
 Recordar lo principal: guiado por el Espíritu.
 No olvidar la finalidad: amar y evangelizar.
 Como concretar: abandono, alabanza, palabra de Dios, carismas


Yo puse los cimientos como buen arquitecto, pues recibí ese talento de Dios, y otro construye encima. Que cada uno, sin embargo, se pregunte cómo construye encima. Pues nadie puede cambiar la base; ya está puesta, y es Cristo Jesús. (l Co. 3,10-11 )


Un grupo es de alguna manera, como una casa en construcción. Los cimientos son siempre lo primero, y después, nos ponemos a construir. Pero ¿cómo? «Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera. heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por e! fuego y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego» (l Co. 3,10-13)..
En la RCCE, la mayoría de nuestros grupos, han sido construidos sobre cimientos sólidos y estables, pero el transcurso del tiempo,… las heladas, los fuertes vientos, el granizo, las tormentas….en muchos casos han deteriorado la base de nuestras “casas”. Y a veces los grupos de oración parecen estar construidos con madera y paja. ¿Es por falta de los servidores que no saben darse? ¿o son los miembros del grupo que no comprenden nada? Puede ser, pero no siempre.
o Lo normal es por no cuidar, como se debieran, los puntos fundamentales enseñados en la Escritura y vividos por tantas comunidades a través de los siglos. Por eso no es de extrañar que nuestros grupos duden, vacilen, ”estén adormecidos” ,e incluso” retrocedan” y no encuentren el equilibrio que requiere su madurez.
o La solución para que se mantenga “la construcción” firme, es volver a “reconstruir”, con los mismos materiales. Pero “inyectando” en la base, en los cimientos,” fuertes dosis de cemento”, que den fuerza, solidez, vitalidad y nuevo ardor a los grupos, a las comunidades…Para dar vida y animación, hay que empezar por aprender o recordar cuales son las bases indispensables, las líneas de fuerza en una asamblea de oración.


LA ASAMBLEA
El centro de la RCC es la asamblea. La oración nos lleva a la vida en el Espíritu, y la Renovación Carismática se construye sobre la oración.
o Puesto que se trata de un grupo que se dice carismático, es decir animado por el Espíritu Santo La primera regla será la Libertad: "donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad (2 Co. 3,17).
o Es preciso rechazar todos los moldes para encerrar la oración y estar siempre atentos al soplo del Espíritu, que puede trastocar todo a su aire. La asamblea de oración es algo más que un grupo de oración compartida. El Espíritu es quien conduce esa oración.
o Por eso no es preciso preparar la oración, sino estar preparados para orar. Esta libertad, es la oración que surge espontánea desde el corazón, no es la improvisación, ni el capricho, no es caótica, pues tiene una disciplina y un orden espiritual que responde al orden de la comunidad ,por eso hay que tener en cuenta los puntos siguientes:



1. Qué lugar ocupa la Palabra de Dios
La lectura de la Biblia debe tener su sitio, bien al comienzo o bien a mitad, de la oración. Nosotros venimos al grupo para alabar a Dios y escucharle. El nos hablará tal vez por los hermanos, tal vez a través de una profecía, pero indudablemente nos hablará por su palabra inspirada que es la Escritura. "Toda escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia" (2 Tm. 3,16). Pero tampoco hay que caer en el exceso: la oración no es un estudio bíblico y un texto bien digerido es suficiente para ése día.


2. Abandonar toda preocupación
Se nos ha dicho también en la Escritura: "No os inquietéis por nada, antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias" (Flp. 4,6). Con frecuencia el peso de la semana se hace sentir y algunos no están inmediatamente disponibles para alabar. Puede ser bueno que cada uno deposite en la oración. Durante unos minutos, sus preocupaciones del momento para poder alabar mejor.


3. La alabanza, el centro de todo
Con frecuencia nos cuesta alabar por estar más acostumbrados a la oración de petición y a la liturgia. Sin rechazar esto, el Espíritu nos enseña a todos la alabanza. Es la gran oración de los Salmos y del Apocalipsis.
A veces, en los grupos, ejercemos todos la intercesión. Pedimos por esta o aquella persona y corremos e! riesgo de cortar, de paralizar la marcha de la oración. Es mejor acudir otro día al grupo de intercesión creado para esto. Durante la oración semanal es preciso mantener la alabanza. "'Dios habita en las alabanzas de su pueblo" (Sal 22.4). . Las intervenciones en el asamblea deben ser:
o Audibles. Que todos puedan oír porque se pronuncia con voz fuerte y clara
o Breves No enrollarse en largas exposiciones, que son como enseñanzas camufladas. Las intervenciones han de tener la fuerza de lo breve y conciso. Son como un grito del corazón
o Crística, es decir, la oración orientada. hacia Cristo. Por El, con el Espíritu, vamos siempre al Padre y entramos en el corazón íntimo de la Trinidad.


El hilo rojo
A través de la alabanza, aparece pronto como un hilo conductor, el "hilo rojo", la orientación que el Espíritu va dando. Lo percibirá rápidamente quien conduce la asamblea. Su función será velar para que la asamblea siga este hilo, aunar a los hermanos, animar la oración, sin entorpecer la acción del Espíritu Santo y sin cambiar el ritmo verdadero de la oración. Si es preciso, intervendrá para reconducir delicadamente a los hermanos que se despistan.
o Coordinar la asamblea implicará a veces favorecer el silencio y el orden necesario no dejando nunca la oración ante cualquiera que llegue y rompa el hilo del Espíritu. Coordinar la oración presupone tener un don del Señor; no supone, seguir unas técnicas aprendidas
o Es tener el discernimiento y estar en El Señor para saber el camino por dónde quiere llevar la oración y saber lo que los hermanos necesitan en cada momento


4. Los carismas
El que conduce la asamblea debe favorecer la manifestación de los dones y carismas del Espíritu, para gloria de Dios y edificación de la comunidad. Hay que dejar curso libre a los carismas puesto que somos un grupo carismático. Siempre, cuidando el orden recomendado por San Pablo.
o Pero el orden no es dictadura ni control policial; es e! orden que procede del discernimiento, donde cada cosa es aceptada y discernida en su lugar. Sin olvidar que el Espíritu puede producir cosas asombrosas y guardándose uno muy bien de condenarlas antes de tomar el tiempo necesario para discernir.
o Es bien sabido que los grupos que rechazan, sistemáticamente, el canto en lenguas y los demás carismas son grupos que se duermen, y el Espíritu marcha a otros lugares buscando instrumentos más dóciles, pero ¡los carismas no pueden fabricarse! Si no los hay, tendremos que preguntarnos por nuestra conversión y nuestro abandono en el Señor, esperando, en oración, la hora de Dios
o Si el grupo es dócil al Espíritu, el que lleva la asamblea no tendrá nada que hacer esa tarde. Si se apartan más o menos, deberá intervenir con más o menos fuerza. Debe recordarse siempre que, para que Dios pueda dar carismas fuertes, la autoridad debe ser equilibrada, prudente y muy en su lugar.
o La persona encargada de llevar ese día la oración, debe de prepararse durante la semana anterior y siempre tiene que estar muy atento a lo que El Señor ponga en su corazón durante la oración personal.
o Cada asamblea de oración siempre es diferente y nueva. Y tiene siempre sus frutos porque Dios cumple siempre sus promesas.
o Los frutos que podemos percibir, es lo que ése día ya queda en nuestro corazón, después de haber estado en la asamblea.(alegría, paz…)
o El que anima la asamblea debe discernir al final, lo que El Señor quiere comunicar al grupo para ése día, a la luz de la oración, de las profecías y de la Palabra de Dios
o Esto debe crear unos compromisos concretos en nuestra vida, y en la medida que caminamos y cumplimos con ésos compromisos durante la semana, vamos creciendo cada uno en la vida espiritual. Crecerá el grupo, crecerá la comunidad: en santidad y en vocación a la renovación carismática


SE CONSOLIDA UNA COMUNIDAD DE AMOR
Porque El Señor nos ha reunido por su Espíritu, todos formamos una comunidad de amor. Es una enseñanza clara que aparece en muchos lugares de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,42 ss. 4,32 ss. 5,12 ss.). En esta comunidad aprendemos a compartir el perdón y descubrimos el amor de Dios más allá de todas las barreras.
o Dios quiere para nosotros una unidad, una comunión, a imagen de la Trinidad. Este amor espiritual, nos conducirá a tener un solo corazón, una sola alma y a caminar juntos en el amor y la unidad.
o Este amor nos conducirá también a compartir lo material: ¡no podemos ver a un hermano en necesidad sin correr en su ayuda!
o Es bueno tener una caja, en cada reunión de oración, donde cada uno puede poner lo que el Señor le ha pedido a lo largo de la semana.
o Este compartir material, da autenticidad al compartir espiritual. Una comunidad de amor ha de ser como aquellas de los primeros cristianos: ¡«mirad cómo se aman!

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA XXVI JORNADA DE LA JUVENTUD


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA XXVI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2011
“Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”(cf. Col 2, 7)
Queridos amigos:

Pienso con frecuencia en la Jornada Mundial de la Juventud de Sydney, en el 2008. Allí vivimos una gran fiesta de la fe, en la que el Espíritu de Dios actuó con fuerza, creando una intensa comunión entre los participantes, venidos de todas las partes del mundo. Aquel encuentro, como los precedentes, ha dado frutos abundantes en la vida de muchos jóvenes y de toda la Iglesia. Nuestra mirada se dirige ahora a la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Madrid, en el mes de agosto de 2011. Ya en 1989, algunos meses antes de la histórica caída del Muro de Berlín, la peregrinación de los jóvenes hizo un alto en España, en Santiago de Compostela. Ahora, en un momento en que Europa tiene que volver a encontrar sus raíces cristianas, hemos fijado nuestro encuentro en Madrid, con el lema: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Os invito a este evento tan importante para la Iglesia en Europa y para la Iglesia universal. Además, quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia, que puede ser decisiva para la vida: la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo, y de su amor por cada uno de nosotros.

1. En las fuentes de vuestras aspiraciones más grandes

En cada época, también en nuestros días, numerosos jóvenes sienten el profundo deseo de que las relaciones interpersonales se vivan en la verdad y la solidaridad. Muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan garantizar un futuro sereno y feliz. Al recordar mi juventud, veo que, en realidad, la estabilidad y la seguridad no son las cuestiones que más ocupan la mente de los jóvenes. Sí, la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener el porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante, pero al mismo tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande. Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza. Ciertamente, eso dependía también de nuestra situación. Durante la dictadura nacionalsocialista y la guerra, estuvimos, por así decir, “encerrados” por el poder dominante. Por ello, queríamos salir afuera para entrar en la abundancia de las posibilidades del ser hombre. Pero creo que, en cierto sentido, este impulso de ir más allá de lo habitual está en cada generación. Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”. Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. Entonces comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: «sin el Creador la criatura se diluye» (Con. Ecum. Vaticano. II, Const. Gaudium et Spes, 36). La cultura actual, en algunas partes del mundo, sobre todo en Occidente, tiende a excluir a Dios, o a considerar la fe como un hecho privado, sin ninguna relevancia en la vida social. Aunque el conjunto de los valores, que son el fundamento de la sociedad, provenga del Evangelio –como el sentido de la dignidad de la persona, de la solidaridad, del trabajo y de la familia–, se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza.

Por este motivo, queridos amigos, os invito a intensificar vuestro camino de fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Vosotros sois el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Como escribía el apóstol Pablo a los cristianos de la ciudad de Colosas, es vital tener raíces y bases sólidas. Esto es verdad, especialmente hoy, cuando muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros. El relativismo que se ha difundido, y para el que todo da lo mismo y no existe ninguna verdad, ni un punto de referencia absoluto, no genera verdadera libertad, sino inestabilidad, desconcierto y un conformismo con las modas del momento. Vosotros, jóvenes, tenéis el derecho de recibir de las generaciones que os preceden puntos firmes para hacer vuestras opciones y construir vuestra vida, del mismo modo que una planta pequeña necesita un apoyo sólido hasta que crezcan sus raíces, para convertirse en un árbol robusto, capaz de dar fruto.

2. Arraigados y edificados en Cristo

Para poner de relieve la importancia de la fe en la vida de los creyentes, quisiera detenerme en tres términos que san Pablo utiliza en: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Aquí podemos distinguir tres imágenes: “arraigado” evoca el árbol y las raíces que lo alimentan; “edificado” se refiere a la construcción; “firme” alude al crecimiento de la fuerza física o moral. Se trata de imágenes muy elocuentes. Antes de comentarlas, hay que señalar que en el texto original las tres expresiones, desde el punto de vista gramatical, están en pasivo: quiere decir, que es Cristo mismo quien toma la iniciativa de arraigar, edificar y hacer firmes a los creyentes.

La primera imagen es la del árbol, firmemente plantado en el suelo por medio de las raíces, que le dan estabilidad y alimento. Sin las raíces, sería llevado por el viento, y moriría. ¿Cuáles son nuestras raíces? Naturalmente, los padres, la familia y la cultura de nuestro país son un componente muy importante de nuestra identidad. La Biblia nos muestra otra más. El profeta Jeremías escribe: «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto» (Jer 17, 7-8). Echar raíces, para el profeta, significa volver a poner su confianza en Dios. De Él viene nuestra vida; sin Él no podríamos vivir de verdad. «Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo» (1 Jn 5,11). Jesús mismo se presenta como nuestra vida (cf. Jn 14, 6). Por ello, la fe cristiana no es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo. El encuentro con el Hijo de Dios proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Existe un momento en la juventud en que cada uno se pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida, qué finalidad, qué rumbo debo darle? Es una fase fundamental que puede turbar el ánimo, a veces durante mucho tiempo. Se piensa cuál será nuestro trabajo, las relaciones sociales que hay que establecer, qué afectos hay que desarrollar… En este contexto, vuelvo a pensar en mi juventud. En cierto modo, muy pronto tomé conciencia de que el Señor me quería sacerdote. Pero más adelante, después de la guerra, cuando en el seminario y en la universidad me dirigía hacia esa meta, tuve que reconquistar esa certeza. Tuve que preguntarme: ¿es éste de verdad mi camino? ¿Es de verdad la voluntad del Señor para mí? ¿Seré capaz de permanecerle fiel y estar totalmente a disposición de Él, a su servicio? Una decisión así también causa sufrimiento. No puede ser de otro modo. Pero después tuve la certeza: ¡así está bien! Sí, el Señor me quiere, por ello me dará también la fuerza. Escuchándole, estando con Él, llego a ser yo mismo. No cuenta la realización de mis propios deseos, sino su voluntad. Así, la vida se vuelve auténtica.

Como las raíces del árbol lo mantienen plantado firmemente en la tierra, así los cimientos dan a la casa una estabilidad perdurable. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), así como una casa está construida sobre los cimientos. En la historia sagrada tenemos numerosos ejemplos de santos que han edificado su vida sobre la Palabra de Dios. El primero Abrahán. Nuestro padre en la fe obedeció a Dios, que le pedía dejar la casa paterna para encaminarse a un país desconocido. «Abrahán creyó a Dios y se le contó en su haber. Y en otro pasaje se le llama “amigo de Dios”» (St 2, 23). Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra. Jesús mismo reprende a sus discípulos: «¿Por qué me llamáis: “¡Señor, Señor!”, y no hacéis lo que digo?» (Lc 6, 46). Y recurriendo a la imagen de la construcción de la casa, añade: «El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra… se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida» (Lc 6, 47-48).

Queridos amigos, construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que “cavó y ahondó”. Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos. Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino. Acoged con gratitud este don espiritual que habéis recibido de vuestras familias y esforzaos por responder con responsabilidad a la llamada de Dios, convirtiéndoos en adultos en la fe. No creáis a los que os digan que no necesitáis a los demás para construir vuestra vida. Apoyaos, en cambio, en la fe de vuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradeced al Señor el haberla recibido y haberla hecho vuestra.

3. Firmes en la fe

Estad «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). La carta de la cual está tomada esta invitación, fue escrita por san Pablo para responder a una necesidad concreta de los cristianos de la ciudad de Colosas. Aquella comunidad, de hecho, estaba amenazada por la influencia de ciertas tendencias culturales de la época, que apartaban a los fieles del Evangelio. Nuestro contexto cultural, queridos jóvenes, tiene numerosas analogías con el de los colosenses de entonces. En efecto, hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentando crear un “paraíso” sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un “infierno”, donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza. En cambio, cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y escuchan su voz, se construye concretamente la civilización del amor, donde cada uno es respetado en su dignidad y crece la comunión, con los frutos que esto conlleva. Hay cristianos que se dejan seducir por el modo de pensar laicista, o son atraídos por corrientes religiosas que les alejan de la fe en Jesucristo. Otros, sin dejarse seducir por ellas, sencillamente han dejado que se enfriara su fe, con las inevitables consecuencias negativas en el plano moral.

El apóstol Pablo recuerda a los hermanos, contagiados por las ideas contrarias al Evangelio, el poder de Cristo muerto y resucitado. Este misterio es el fundamento de nuestra vida, el centro de la fe cristiana. Todas las filosofías que lo ignoran, considerándolo “necedad” (1 Co 1, 23), muestran sus límites ante las grandes preguntas presentes en el corazón del hombre. Por ello, también yo, como Sucesor del apóstol Pedro, deseo confirmaros en la fe (cf. Lc 22, 32). Creemos firmemente que Jesucristo se entregó en la Cruz para ofrecernos su amor; en su pasión, soportó nuestros sufrimientos, cargó con nuestros pecados, nos consiguió el perdón y nos reconcilió con Dios Padre, abriéndonos el camino de la vida eterna. De este modo, hemos sido liberados de lo que más atenaza nuestra vida: la esclavitud del pecado, y podemos amar a todos, incluso a los enemigos, y compartir este amor con los hermanos más pobres y en dificultad.

Queridos amigos, la cruz a menudo nos da miedo, porque parece ser la negación de la vida. En realidad, es lo contrario. Es el “sí” de Dios al hombre, la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna. De hecho, del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina, siempre disponible para quien acepta mirar al Crucificado. Por eso, quiero invitaros a acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de vida nueva. Sin Cristo, muerto y resucitado, no hay salvación. Sólo Él puede liberar al mundo del mal y hacer crecer el Reino de la justicia, la paz y el amor, al que todos aspiramos.

4. Creer en Jesucristo sin verlo

En el Evangelio se nos describe la experiencia de fe del apóstol Tomás cuando acoge el misterio de la cruz y resurrección de Cristo. Tomás, uno de los doce apóstoles, siguió a Jesús, fue testigo directo de sus curaciones y milagros, escuchó sus palabras, vivió el desconcierto ante su muerte. En la tarde de Pascua, el Señor se aparece a los discípulos, pero Tomás no está presente, y cuando le cuentan que Jesús está vivo y se les ha aparecido, dice: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25).

También nosotros quisiéramos poder ver a Jesús, poder hablar con Él, sentir más intensamente aún su presencia. A muchos se les hace hoy difícil el acceso a Jesús. Muchas de las imágenes que circulan de Jesús, y que se hacen pasar por científicas, le quitan su grandeza y la singularidad de su persona. Por ello, a lo largo de mis años de estudio y meditación, fui madurando la idea de transmitir en un libro algo de mi encuentro personal con Jesús, para ayudar de alguna forma a ver, escuchar y tocar al Señor, en quien Dios nos ha salido al encuentro para darse a conocer. De hecho, Jesús mismo, apareciéndose nuevamente a los discípulos después de ocho días, dice a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20, 27). También para nosotros es posible tener un contacto sensible con Jesús, meter, por así decir, la mano en las señales de su Pasión, las señales de su amor. En los Sacramentos, Él se nos acerca en modo particular, se nos entrega. Queridos jóvenes, aprended a “ver”, a “encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está presente y cercano hasta entregarse como alimento para nuestro camino; en el Sacramento de la Penitencia, donde el Señor manifiesta su misericordia ofreciéndonos siempre su perdón. Reconoced y servid a Jesús también en los pobres y enfermos, en los hermanos que están en dificultad y necesitan ayuda.

Entablad y cultivad un diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle mediante la lectura de los Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica; hablad con Él en la oración, confiad en Él. Nunca os traicionará. «La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado» (Catecismo de la Iglesia Católica, 150). Así podréis adquirir una fe madura, sólida, que no se funda únicamente en un sentimiento religioso o en un vago recuerdo del catecismo de vuestra infancia. Podréis conocer a Dios y vivir auténticamente de Él, como el apóstol Tomás, cuando profesó abiertamente su fe en Jesús: «¡Señor mío y Dios mío!».

5. Sostenidos por la fe de la Iglesia, para ser testigos

En aquel momento Jesús exclama: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). Pensaba en el camino de la Iglesia, fundada sobre la fe de los testigos oculares: los Apóstoles. Comprendemos ahora que nuestra fe personal en Cristo, nacida del diálogo con Él, está vinculada a la fe de la Iglesia: no somos creyentes aislados, sino que, mediante el Bautismo, somos miembros de esta gran familia, y es la fe profesada por la Iglesia la que asegura nuestra fe personal. El Credo que proclamamos cada domingo en la Eucaristía nos protege precisamente del peligro de creer en un Dios que no es el que Jesús nos ha revelado: «Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros» (Catecismo de la Iglesia Católica, 166). Agradezcamos siempre al Señor el don de la Iglesia; ella nos hace progresar con seguridad en la fe, que nos da la verdadera vida (cf. Jn 20, 31).

En la historia de la Iglesia, los santos y mártires han sacado de la cruz gloriosa la fuerza para ser fieles a Dios hasta la entrega de sí mismos; en la fe han encontrado la fuerza para vencer las propias debilidades y superar toda adversidad. De hecho, como dice el apóstol Juan: «¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn 5, 5). La victoria que nace de la fe es la del amor. Cuántos cristianos han sido y son un testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano, un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás. En la era de la globalización, sed testigos de la esperanza cristiana en el mundo entero: son muchos los que desean recibir esta esperanza. Ante la tumba del amigo Lázaro, muerto desde hacía cuatro días, Jesús, antes de volver a llamarlo a la vida, le dice a su hermana Marta: «Si crees, verás la gloria de Dios» (Jn 11, 40). También vosotros, si creéis, si sabéis vivir y dar cada día testimonio de vuestra fe, seréis un instrumento que ayudará a otros jóvenes como vosotros a encontrar el sentido y la alegría de la vida, que nace del encuentro con Cristo.

6. Hacia la Jornada Mundial de Madrid

Queridos amigos, os reitero la invitación a asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Con profunda alegría, os espero a cada uno personalmente. Cristo quiere afianzaros en la fe por medio de la Iglesia. La elección de creer en Cristo y de seguirle no es fácil. Se ve obstaculizada por nuestras infidelidades personales y por muchas voces que nos sugieren vías más fáciles. No os desaniméis, buscad más bien el apoyo de la comunidad cristiana, el apoyo de la Iglesia. A lo largo de este año, preparaos intensamente para la cita de Madrid con vuestros obispos, sacerdotes y responsables de la pastoral juvenil en las diócesis, en las comunidades parroquiales, en las asociaciones y los movimientos. La calidad de nuestro encuentro dependerá, sobre todo, de la preparación espiritual, de la oración, de la escucha en común de la Palabra de Dios y del apoyo recíproco.

Queridos jóvenes, la Iglesia cuenta con vosotros. Necesita vuestra fe viva, vuestra caridad creativa y el dinamismo de vuestra esperanza. Vuestra presencia renueva la Iglesia, la rejuvenece y le da un nuevo impulso. Por ello, las Jornadas Mundiales de la Juventud son una gracia no sólo para vosotros, sino para todo el Pueblo de Dios. La Iglesia en España se está preparando intensamente para acogeros y vivir la experiencia gozosa de la fe. Agradezco a las diócesis, las parroquias, los santuarios, las comunidades religiosas, las asociaciones y los movimientos eclesiales, que están trabajando con generosidad en la preparación de este evento. El Señor no dejará de bendecirles. Que la Virgen María acompañe este camino de preparación. Ella, al anuncio del Ángel, acogió con fe la Palabra de Dios; con fe consintió que la obra de Dios se cumpliera en ella. Pronunciando su “fiat”, su “sí”, recibió el don de una caridad inmensa, que la impulsó a entregarse enteramente a Dios. Que Ella interceda por todos vosotros, para que en la próxima Jornada Mundial podáis crecer en la fe y en el amor. Os aseguro mi recuerdo paterno en la oración y os bendigo de corazón.

ESPIRITU SANTO


La devoción al Espíritu Santo es de las más excelsas y preciosas entre todas las que puede practicar el cristiano. Él es Dios, es el Santificador. Él ha de alumbrarnos, vivificarnos, guiarnos, fortalecernos, abrasarnos con el fuego del amor divino. Él nos hace santos apóstoles.

Consagración al Espíritu Santo
Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi Director, mi Luz, mi Guía, mi Fuerza, y todo el amor de mi Corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús.
Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén.